Mariano Alonso | 13 de noviembre de 2019
El exlíder de Ciudadanos ha conectado con buena parte de la población, ayuna quizás de un mártir con el que digerir el persistente bloqueo político e institucional en el que vive sumergida España.
El pueblo, es sabido, se comporta tan soberana como, en ocasiones, caprichosamente en sus veredictos, se expresen estos en las urnas o en el foro de la opinión pública, una corrala amplificada exponencialmente por las redes sociales. Con la misma saña con que se condenaron y fueron objeto de mofa, hasta el pasado domingo, muchas de sus actuaciones -recuérdese ese caniche Lucas que hizo estragos en el tramo final de la campaña electoral-, buena parte del respetable ha decidido elogiar hasta el extremo la dimisión de Albert Rivera, que renuncia a la vida política a unos días de cumplir cuarenta años, en un acto aparentemente tan poco parangonable en la historia democrática de España como su tremendo batacazo electoral, de escasos precedentes.
He servido a España durante años y ha sido lo más apasionante que he hecho en mi vida. Es la hora de dedicarme más a los míos: a mi hija, a mi pareja, a mis padres, a mis amigos.
La política ha sido importante para mí, pero hay vida y felicidad ahí fuera. pic.twitter.com/WOn1Rz8rTI
— Albert Rivera (@Albert_Rivera) November 11, 2019
Aparentemente, porque, pese a las leyendas retóricas, esas que transitan casi sin solución del tópico proferido en la barra de bar a las páginas nobles de la prensa, no es verdad que en España no se conjugue, o se haga escasamente, el verbo dimitir. Dimisionarios en estos cuarenta años desde la Transición, y por acotar el espectro a quienes, como Rivera, fueron líderes nacionales, hay alguno que otro. Siete en concreto: Pedro Sánchez en 2016 (antes de retornar triunfalmente en las primarias del PSOE de 2017); Mariano Rajoy en 2018; Alfredo Pérez Rubalcaba en 2014, Joaquín Almunia en 2000; Antonio Hernández Mancha en 1989, Gerardo Iglesias en 1988 y, last but not least, Adolfo Suárez, el único que ha dimitido como presidente del Gobierno, en 1981, y diez años después, en 1991, como líder del Centro Democrático y Social (CDS).
Bien es cierto que a Sánchez parecieron quedarle pocas opciones tras aquel convulso Comité Federal que aprobó la abstención para que gobernase Rajoy, a quien tampoco parecían quedarle muchas opciones cuando, dos años después, una histórica moción de censura lo desalojó de La Moncloa. Pero incluso si hacemos esas dos excepciones, son cinco líderes, de distintas ideologías y partidos, los que han renunciado a su cargo. El primero en 1981 y el último, antes de Rivera, en 2014. Es decir, una dimisión cada lustro, casi una dimisión por legislatura.
Rivera aludió a los malos resultados (Ciudadanos pierde en apenas seis meses 47 escaños y dos millones y medio de votos) como algo que hacía inevitable su renuncia. Horas antes, en plena noche electoral, había insinuado que otros, dijo citando veladamente a Pedro Sánchez y a Pablo Casado, no habían predicado de igual manera con el ejemplo. Lo cierto es, volviendo a los precedentes, que rendimientos mediocres en las urnas y directamente debacles electorales fueron lo que provocó la decisión en las citadas renuncias.
Rubalcaba entendió, tras las elecciones europeas de 2014, aquellas de la irrupción de Podemos, que su tiempo al frente del PSOE había pasado y que el partido tenía que afrontar un relevo generacional. El difunto exvicepresidente del Gobierno quería que la encarnación de ese relevo fuese Eduardo Madina, pero terminó siendo Sánchez. Catorce años antes, otro socialista, Joaquín Almunia, renunció a la secretaría general tras perder ante José María Aznar, quien logró la primera mayoría absoluta del centroderecha en España. Por cierto, que el PSOE obtuvo en aquellas elecciones 123 escaños, una cifra hoy difícil de alcanzar incluso para los ganadores.
Servir a los españoles es lo más bonito que hay en el mundo.
GRACIAS a todos ❤️?❤️ pic.twitter.com/8nEDpCoBkL
— Albert Rivera (@Albert_Rivera) November 10, 2019
En definitiva, no es tan insólito el gesto de Rivera, aunque en la afligida percepción ciudadana haya podido influir que una persona tan joven abandone una carrera profesional. Y es que Rivera no ha sido prácticamente otra cosa, en su vida adulta, que líder de Ciudadanos, salvo un breve periodo como trabajador de una caja de ahorros. Es, además, la primera víctima de la llamada “nueva política”, esa etérea corriente que a muchos ilusionó hace cinco años. Algo que también ha podido decantar la percepción de su adiós. O puede que muchos tengan de Rivera la misma excelsa opinión que un elevado porcentaje de los dirigentes de Ciudadanos, muchos cooptados por él para el proyecto.
Desde minutos antes de su rueda de prensa de despedida, los miembros de la Ejecutiva Nacional naranja hicieron un pasillo que atravesó Rivera antes de encarar, por última vez, el atril de la sala de prensa. Al terminar la intervención en la que anunciaba su dimisión como presidente de Ciudadanos, la renuncia a su escaño y, en definitiva, su retirada de la política, se vivieron escenas de fuerte impacto emocional. Uno de los miembros más corpulentos de su Ejecutiva se desplomaba llorando como un niño, otro decía estar en shock “como cuando murió mi abuelo”, varios preferían ni entablar conversación, superados por la emoción. “Qué injusto”; “no me lo esperaba”; “aún no me lo creo” eran algunas de las frases que se escuchaban.
Rivera había preparado su último discurso como siempre a mano, de una manera meramente esquemática, como ha desvelado Libertad Digital. Seis folios convenientemente numerados con varias ideas muy claras en ellos, entre ellas que ser diputado “no puede ser una nómina” porque “es un honor”, que dimite por “responsabilidad”, un concepto “que me han enseñado mis padres, mis profesores, mis entrenadores” o una frase de Barack Obama, el hombre que sedujo al mundo al llegar a la Casa Blanca en 2008, cuando Rivera era un joven al mando de un pequeño grupo de tres diputados en el Parlamento de Cataluña.
Su discurso evitó penetrar en las decisiones estratégicas que lo han puesto en el disparadero el último año, singularmente su veto al PSOE, pero que sin duda ha conectado con buena parte de la población, ayuna quizás de un mártir con el que digerir el persistente bloqueo político e institucional en el que vive sumergida España.
La propuesta de Ciudadanos de crear una asignatura de Constitución supone educar en un sistema de valores.
Hay 26 capitales de provincia, una de ellas Madrid, y media docena de Gobiernos regionales en los que Ciudadanos tiene la última palabra.